Guillermo Grez
La obra de Grez envuelve al espectador en una sábana de cuerpos, poros y sensaciones, y exige el desplazamiento de su percepción hacia el plano físico, sensitivo y no lógico. Los pasacalles, los vestidos-casa, los juguetes de Grez, proponen un método amable, pero radical a la vez, de acallamiento del pensamiento racional y de apertura al pensamiento mítico.
Grez se revuelca y extravía en la materia; en las “imágenes” que describen los cuerpos de sus mismos objetos. La aglomeración, los laberintos, espejos y recovecos en sus paisajes, retardan- impiden – extravían la llegada de cualquier sentido; de cualquier elemento que no provenga de sus leyes internas. Las dimensiones y dinámicas apelativas de los pasacalles o de la falda de San Jorge, por ejemplo, impiden al espectador un distanciamiento suficiente para poder visualizar un conjunto total de la obra; para poder comprender las figuras completas a partir de sus contornos. Todo aparece en la medida que otro espacio desaparece, como el más puro claro oscuro; y justamente a partir de esa revelación parcelada de los objetos, es que el visitante logra perderse, hundirse en la obra y olvidar su búsqueda constante de sentido. La obra de Grez se encuentra poseída por dioses ludópatas y psicodélicos, provenientes de las mágicas y oscuras tierras de Chiloé, cuyo máximo placer despilfarrante es el de confundir, embriagar y desorientar a quién ose ingresar en el universo erótico de Guillermo Grez.